martes, 1 de diciembre de 2009

¿CÚAL ES TU "SELLO REAL"?



EL ANILLO

Hacia el siglo XII el maestro Agbahar era reconocido por todos en Medina por su sabiduría. A él concurrían muchos en busca de consejo y aliento. Yuzzef hizo un largo viaje para llegar a la casa del Maestro, y al llegar su turno le dijo:

­ Maestro Agbahar, siento que la vida me da menos de lo que merezco... sé que debería estar mejor, ser más feliz, poseer más riquezas, y sin embargo mi vida es mediocre y en el fondo poco placentera...

­ Bien, bien... ­contestó el maestro­ Mira... en estos momentos tengo un problema yo, así que te pido tu ayuda para resolverlo y luego podremos seguir con lo tuyo.

Yuzzef se sintió sorprendido de que el Maestro no tomase en cuenta su pregunta y le saliese con esta respuesta, pero no pudo menos que decir:

­ ¿Qué necesita, Maestro?

­ Tengo que vender urgente este anillo por no menos de una moneda de oro...
te pido que tomes tu caballo, vayas al mercado y lo vendas... pero no aceptes menos de una moneda de oro!

Dicho esto, tomó el anillo de su dedo y se lo entregó a Yuzzef quien ­bastante molesto, para qué negarlo­ subió a su caballo y se dirigió al mercado a cumplir el encargo. Una vez en el mercado, Yuzzef ofreció a la gente que pasaba el anillo pidiendo el precio que el Maestro le había indicado. No consiguió más que burlas de la gente...

­ Una moneda de oro por ese anillo!!! Muchacho, tú sí que estás loco... te ofrezco tres de cobre y esta daga...

La mejor oferta que recibió la obtuvo de una dama de buen aspecto, quien envió a su criado para que ofreciese una moneda de plata. Horas después, y ya cuando el mercado empezaba a cerrar, Yuzzef, agotado por el esfuerzo y totalmente decepcionado de tan ridículo encargo, optó por regresar a la casa del Maestro. En el viaje de regreso, incluso pensó para sus adentros:

­ ¿Será realmente Agbahar tan buen Maestro y sabio como se dice?... ¿o sólo
un viejo ñoño y ambicioso que pretende una moneda de oro por este pedazo de
lata si valor?

Al llegar dijo, con cierto tono de molestia en su voz:

­ Agbahar... me desgañité en el mercado ofreciendo este anillo a todos los que pasaron, pero lo máximo que obtuve fue la oferta de una moneda de plata...

­ ¿Ahá?... ­dijo el Maestro casi sin mirar a Yuzzef­, entonces hazme otro favor. Ve a la casa del Joyero Real que está frente a la Mezquita y dile que te indique el valor del anillo... pero no se lo vendas, te ofrezca lo que te ofrezca... ¿has entendido?

Allí partió Yuzzef a cumplir el nuevo encargo, decepcionado y con la sensación de que el viejo lo tomaba como un sirviente y para peor, no había prestado aún ninguna atención a su consulta. Al llegar al sitio indicado, encontró al Joyero Real casi a punto de cerrar su negocio. Con algunos ruegos consiguió que entrase nuevamente y analizase el anillo.

­ ¿Y cuánto cree que puede valer esto? ­preguntó Yuzzef, convencido de
antemano del escaso valor de la pretendida joya.

­ Bueno... la verdad es que... yo diría... ­titubeaba el Joyero Real mientras miraba el anillo desde todos sus ángulos­ ...digamos que podría llegar a valer unas setenta monedas de oro... pero bueno, dado tu apuro yo podría pagarte ya alrededor de cincuenta... cincuenta y tres máximo.

La mandíbula de Yuzzef cayó dando a su rostro una estúpida imagen e impidiéndole articular palabra alguna. Esto sin duda fue tomado por el Joyero como una hábil estrategia de regateo, ya que sin darle tiempo a recuperarse le dijo.

­ Está bien, está bien... veo que eres un duro negociante, pero no tengo
forma de conseguir más de sesenta y dos monedas de oro en este instante.

Yuzzef, sin poder articular palabra aún, logró recuperar el anillo de la mano del Joyero ­que se resistía a soltar la joya­ y regresó a la casa de Agbahar. Al ver su rostro sorprendido, Agbahar le dijo:

­ Hola Yuzzef, ¿qué te ha dicho el Joyero?

­ Realmente no lo puedo creer... cotizó el anillo en 70 monedas de oro y llegó a ofrecerme 62 en ese mismo momento... ¿quiere que regrese y se lo venda?

­ No, Yuzzef ­contestó el viejo mientras volvía a colocarse el anillo en su dedo­. Conozco el valor del anillo y se trata de una joya más valiosa aún de lo que el pillo del Joyero te la cotizó... este anillo perteneció a Mustafá II, el Supremo Sultán. Aquí está su sello, y cualquier Joyero puede reconocerlo al instante.

­ Pero... no entiendo... ¿y por qué nadie en el mercado llegó a ofrecer más que unas pocas monedas de cobre por él?

­ Porque, Yuzzef, para advertir el valor de ciertas cosas hay que ser un experto. La gente en el mercado a lo sumo podría advertir el brillo del oro o el tamaño de una piedra inscrustada, pero ninguno de ellos reconocería el Sello Real en el anillo.

Luego de invitar a Yuzzef con un gesto de su mano a sentarse, Agbahar prosiguió:

­ Lo mismo ocurre con tu vida... estás esperando que la gente te reconozca... o que el destino te favorezca, y no adviertes que el verdadero valor lo da el "sello real" que todos tenemos dentro... Regresa y saca provecho de tu vida, no por lo que los demás opinen o te den, sino por el verdadero valor de tu "sello real".